...Segundo día
La dificultad es comenzar. Para el imbécil eso no es una dificultad, porque no conoce ninguna. Hace niños o hace libros, hace un niño, un libro… niños y libros sin interrupción. Le resulta totalmente indiferente, al fin y al cabo no piensa. El imbécil no conoce la dificultad, se levanta, se lava, sale a la calle, lo atropellan, se convierte en puré, le da lo mismo. No hay más que resistencias desde el principio, probablemente ya de siempre. Resistencias, ¿qué es resistencia? Resistencia es material. El cerebro necesita resistencias. Al acumular resistencias, ¿tiene material, resistencias? Resistencias. Resistencia, cuando se mira por la ventana, resistencia cuando se tiene que escribir una carta… no se quiere nada de todo eso, se recibe una carta, otra vez una resistencia. Se tira todo eso, pero sin embargo se responde en algún momento. Se sale a la calle, se compra algo, se bebe una cerveza, todo le resulta a uno molesto, todo eso es una resistencia. Se pone uno enfermo, ingresa en un hospital, las cosas se ponen difíciles… otra vez resistencia. De pronto aparecen enfermedades mortales, desaparecen otra vez, se agarran a uno… resistencias, naturalmente.
Se leen libros… resistencias. No se quieren libros, tampoco se quieren pensamientos, no se quieren lenguaje ni palabras, ni frases, no se quieren historias… no se quiere absolutamente nada. No obstante, se duerme uno, se despierta uno. La consecuencia de dormirse es despertarse, la consecuencia de despertarse es levantarse. Hay que levantarse contra todas las resistencias. Hay que salir de la habitación, aparece el papel, aparecen las frases, en realidad una y otra vez las mismas frases… no se sabe de dónde vienen…. Uniformidad… ¿no? De ahí vuelven a surgir nuevas resistencias, al darse cuenta de todo eso. En realidad no se quiere más que dormir, no saber nada más. Luego, de pronto, otra vez el deseo…
¿Por qué la oscuridad? ¿Porqué siempre la misma oscuridad total en mis libros? Se puede explicar brevemente:
En mis libros todo es artificial, es decir, todos los personajes, acontecimientos, incidentes ocurren en un escenario, y ese escenario está totalmente oscuro. Las personas que aparecen en un escenario, en el rectángulo de un escenario, pueden distinguirse por sus contornos más claramente que si aparecieran con una iluminación natural como en la prosa normal que conocemos. En la oscuridad todo se hace claro. Y así ocurre no sólo con los fenómenos, con lo pictórico… también es así con el lenguaje. Hay que imaginarse las páginas de los libros totalmente oscuras: la palabra se ilumina, y de esa forma recibe su claridad o superclaridad. Se trata de un medio artificial que he empleado desde el principio. Y cuando se abren mis trabajos, las cosas son así: hay que imaginarse que se está en el teatro, con la primera página se abre un telón, aparece el título, oscuridad total… lentamente va saliendo del fondo, de la oscuridad, palabras que lentamente se convierten en procesos de naturaleza exterior e interior, y precisamente por su artificiosidad de forma especialmente clara.
No sé que se imagina la gente que es un escritor, pero toda idea al respecto es sin duda equivocada… En lo que a mí se refiere, no soy un escritor, soy alguien que escribe… Por otra parte, uno recibe cartas de Alemania, o de algún lado, de ciudades de provincias, de ciudades grandes o de emisoras, o de ciertos organizadores de acontecimientos… Se presenta uno, lo presentan como poeta trágico, sombrío, y eso llega a tal punto que también en los panegíricos, en esos trabajos seudocientíficos, lo presentan a uno como tal. Entonces dicen que se trata de un autor, un escritor, que hay que clasificar así o asá, y sus libros son sombríos, sus personajes son sombríos, es decir… el hombre es también sombrío, ese hombre que se sienta ante nosotros. Ante un panegírico así, en realidad no queda más que una especie de montoncito sombrío con traje oscuro… Bueno, yo paso por ser lo que se llama un escritor serio, como Béla Bartók pasa por compositor serio, y la fama se difunde… En el fondo es una reputación pésima… Yo me siento absolutamente incómodo. Por otra parte, tampoco soy, naturalmente, un escritor alegre, un narrador de historias, en el fondo aborrezco las historias. Soy un destructor de historias, soy el típico destructor de historias. En mi trabajo, cuando se forman en alguna parte signos de una historia, o cuando sólo a lo lejos, en alguna parte detrás de una colina de prosa, veo surgir la insinuación de una historia, disparo contra ella. También con las frases ocurre así, casi tendría ganas de liquidar de antemano frases enteras que posiblemente pudieran formarse. Por otra parte…
Lo que prefiero es estar solo.
En el fondo, es una situación ideal.
Mi casa es también en realidad una cárcel gigantesca.
Eso me gusta mucho; en lo posible paredes desnudas. Es desnuda y fría. Eso produce un efecto favorable en mi trabajo. Los libros, o lo que escribo, son como el lugar en que habito.
A veces me parece que los distintos capítulos de un libro son como las distintas habitaciones de esta casa. Las paredes viven… ¿no? Por eso… las páginas como paredes, y eso basta. Sólo hay que mirarlas intensamente. Cuando se mira una pared blanca, se comprueba que no es blanca, que no está desnuda. Cuando se está largo tiempo solo, se adiestra uno en la soledad, se descubren cada vez más cosas allí donde para la gente normal no hay nada. Se descubren en la pared grietas, pequeñas fisuras, desigualdades, sabandijas. En las paredes hay un movimiento monstruoso.
Realmente, las paredes y las páginas de los libros se parecen por completo.
Mi forma de vivir es para quien está fuera monótona. Todo el mundo a mi alrededor vive una vida mucho más excitante o, si no más excitante, más interesante…
Para mí la vida de mis vecinos, que se entregan a profesiones manuales muy sencillas –mi vecino es campesino, casi enfrente vive un trabajador del papel, al lado mismo un carpintero, en un radio más amplio sólo trabajadores del papel, artesanos, campesinos-, eso me resulta interesante… una ocupación, me parece, que, aunque se desempeñe cien mil veces una y otra vez de la misma forma, ocurre, es una y otra vez nueva… Mi propia vida, mi propia ocupación, mi propio día me parecen monótonos, uniformes, sin contenido…
Lo más terrible para mí es escribir prosa… En realidad lo más difícil… Y desde el momento en que me di cuenta de ello lo supe, me juré escribir sólo prosa. Al fin y al cabo hubiera podido hacer algo totalmente distinto. He aprendido muchas otras disciplinas, pero ninguna terrible. Es decir, muy pronto recibí lecciones de dibujo, y me hubiera convertido probablemente en un mediano dibujante, me hubiera sido muy fácil. Estudié música, y me resultó muy fácil toca instrumentos, hacer música, es decir, componer. Hubo una época en que pensaba que quería ser a toda costa director de orquesta. Estudié estética musical y un instrumento tras otro, y como me resultaba demasiado fácil, lo dejé todo. Luego hubiera podido ser actor o director o dramaturgo. Tuve una época en que eso me tiraba mucho. Era muy apasionante, interpreté muchas cosas, sobre todo papeles cómicos, dirigí… También fui a una escuela de comercio, y hubo un tiempo también en que pensé, bueno, podría ser también comerciante, y me atraía evolucionar en ese sentido…
Y muy pronto –hacia los diecisiete, dieciocho años-, no había nada que aborreciera más que los libros… Vivía en casa de mi abuelo, que escribía, y había allí una enorme biblioteca, y estar siempre con aquellos libros, tener que atravesar aquella biblioteca, todos los días, no era para mí más que horroroso… Y probablemente… ¿porqué comencé a escribir realmente, porqué escribo libros? Por oposición, de pronto, a mí mismo y a aquella situación… porque para mí las resistencias, como ya lo he dicho, lo significan todo… quería precisamente esa enorme resistencia, y por eso escribo prosa…
Quizás sea que, a los dieciocho, ingresé en un hospital por un año, estuve allí en cama, y allí recibí los –como creo que se llaman todavía hoy- santos óleos. Luego estuve en un sanatorio… echado allí durante meses en la alta montaña. Tenía siempre la misma montaña delante. Había una especie de tumbona, con una manta gris, una manta de lana, y estuve invierno y verano al aire libre, día y noche, acostado. Por puro aburrimiento, porque sencillamente no se puede estar echado sin interrupción frente a una montaña, sin hacer nada –quiero decir que no podía moverme-, comencé a escribir… Aquello fue probablemente la ocasión y el origen. Y a causa de ese aburrimiento y de estar solo con aquella montaña, que se llama Heukareck y se alza sobre Schwarzach St. Veil, un dos mil metros… cuando se mira meses y meses y es siempre igual… no cambia nada, porque está en la sombra, o se vuelve uno loco o se empieza a escribir… Y allí cogí sencillamente papel y lápiz, tomé notas y superé escribiendo mi aborrecimiento de los libros y la escritura y el lápiz y la pluma, y ése es sin duda el origen de todos los males con que tengo que enfrentarme ahora…
En el fondo, sólo quisiera que me dejaran en paz. Eso es muy ambicioso, y con el tiempo tampoco me interesan ya los cambios exteriores. Al fin y al cabo son una y otra vez los mismos. Que se las arreglen otros. Me interesan sólo mis procesos, y puedo ser muy despiadado. Y, cuando estoy en mi granja o en alguna ciudad –sea Bruselas o Viena o Salzburgo, da igual, es totalmente indiferente- el que a mi alrededor se derrumbe todo o se vuelva más ridículo aún de lo que es, o no… No tiene para mi ningún sentido, y no me lleva tampoco más lejos, ni mucho menos hacia mí mismo… Y en consecuencia...
Thomas Bernhard - Drei Tage – 1970 (Sáenz,)